Sagrada Familia de Nazaret

      “Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
-- Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Él les contestó:
-- ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 41- 52).
   “Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban” (Benedicto XVI – Porta Fidei).
En este último domingo del año, y tras celebrar el nacimiento de Jesús, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el misterio de la familia, un misterio que nace desde la esencia misma del ser humano. El hombre nace, crece y se desarrolla en el ámbito familiar y es precisamente la familia la que va, en gran medida, a marcar el desarrollo de su propia vida. En el actualidad, la familia se ve atacada de forma continua, quedando reducida su esencia a lo que algunos, erróneamente, han llamado “familia tradicional”. No existe tal familia tradicional, sino que lo que se nos presentan son otras formas erróneas y falsas de familias; puede que totalmente legítimas, legales y de pleno derecho, pero que no corresponden a la esencia misma de su significado. El relato de la creación, en su forma literaria, nos enseña cómo desde antiguo, el núcleo familiar ha constituido el punto de partida de la historia de la humanidad. La vocación propia del hombre y de la mujer llegan a su plenitud en la capacidad misma de ser cocreadores en la creación, colaboradores en el surgimiento de la vida; en ocasiones esta vida puede que no sea material, pero si espiritual; el matrimonio lo es en tanto ordenado a la constitución de la familia. El evangelio de este domingo nos muestra cómo José y María cumplen plenamente con la voluntad del Padre, escuchan con alegría la Palabra para hacerla realidad en su vida, incluso cuando no llegan a comprender confían en Dios que actúa en sus vidas.
“Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”. Todo un Dios que se hace hombre no necesita del hombre para “crecer”, pero el gran amor de Dios le hace necesitar del amor de la familia, quererlo y desearlo, para estar en continuo crecimiento. Jesús no descubre todo por su ser Dios en su proceso de Encarnación; sino que crece como hombre atento al ejemplo de sus padres, al testimonio de su vida y a cómo ellos le introducen en un misterio que él conoce bien, pero del cual descubre ahora la dimensión humana. El Jesús de Nazaret que va creciendo, lo hace en gracia por el gran amor que recibe y da. Lo hace en sabiduría empapado de la gran sabiduría que brota de la humildad y la sencillez del hogar nazareno y, como no puede ser de otra manera, lo hace en estatura, es decir: desarrolla todo su potencial humano, no se conforma con medias tintas porque no es lo que ve en su padres; en ellos ve y se empapa de la entrega total y decidida, confiada y plena. Jesús es quien es, no pierde su esencia divina, pero es más Dios por ser más hombre y descubrir la capacidad de amar del corazón humano; una capacidad que viene de la creación pero que cada ser humano desarrolla desde su propia libertad, recordando las palabras del apóstol Pablo como una guía: “Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada”.
Contemplar el misterio de la familia de Nazaret ha de ser para nosotros el ejemplo más alto del amor de Dios manifestado a los hombres. Aprender de la familia nazarena es abrir los ojos y el oído al misterio de Dios, es comenzar a comprender la misión a la que estamos llamados en Cristo Jesús. Es la belleza de ser seguidores de Jesús de la que nos habla el Papa en Porta Fidei. El hogar de Nazaret no es lujoso, no es altanero ni pretende grandes cosas, pero la puerta de entrada a ese hogar es la auténtica Porta Fidei (puerta de la fe) donde descubrimos el gran amor de Dios hacia cada uno de nosotros.