Domingo de la Epifanía del Señor
“Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor (…) y caminarán los pueblos a tu luz” (Isaías 60, 1-6).
En este domingo de la Epifanía del Señor, el profeta Isaías nos presenta una visión de la sociedad de su época que bien podría aplicarse a nuestros días. Se enfrenta el profeta a un contexto social donde todo parece llegar a su fin. El pueblo de Israel ha perdido de vista aquello que le constituye en lo que es: la presencia y la guía de Yahvé. La corrupción social de su época no lo es sólo en sentido económico, sino también en el más profundo sentido moral. Los reyes y los dirigentes del pueblo sólo piensan en sus propios intereses y ven en el pueblo que les ha sido encomendado un hacedor de sus caprichos y el que hace posible que su egoísmo se materialice. Esos dirigentes ya no ven en Dios quien guía su conducta y marca el camino de su actuar; lejos de ello han hecho de Yahvé la escusa para doblegar y sangrar, cada vez más, a un pueblo que sufre en la pobreza tanto material como espiritual a la que le conducen. La corrupción no es nueva, la inmoralidad no es un invento de los tiempos modernos; el egoísmo del pecado original está presente en el ser humano desde su misma aparición sobre la faz de la tierra.
Las tinieblas que cubren la tierra de Isaías son las mismas que cubren la historia del hombre moderno. Pero Isaías no se conforma con describir la oscuridad del momento, sino que su grito es una llamada de atención a la conversión, porque el fin de las tinieblas está cerca. Esta es la misión propia del profeta, denunciar para anunciar; denuncia una sociedad corrupta y alejada de Dios, para anunciar la llegada del Reino de Dios.
Sin duda, el panorama social actual no parece ser muy alentador: los estamentos sociales han perdido su propia razón de ser, el egoísmo y el mal campan a sus anchas mientras los responsables del pueblo llenan sus bolsillos a costa de un pueblo que sufre. La corrupción no es ya algo localizable, sino que se extiende y cubre con su sombra a aquellos cuya misión fundamental es cuidar del pueblo encomendado. Dios no parece ser hoy un guía para la conducta, sino que ha sido reducido a conveniencias particularistas y a manejos ajenos a su propia esencia.
Pero Isaías nos habla de una luz que brillará en la oscuridad. Ante la humildad de la casa de Nazaret, aparecen unos magos venidos de lejos postrados ante un niño. Los Isaías de hoy día están llamados a recuperar su esencia de profetas. Dios muestra su voz en la conciencia de cada persona que quiere escucharle y, oír su voz de verdad, no es permanecer indiferentes. No podemos conformarnos con esperar a ser llevados a remolque. Que la luz de Belén y de Nazaret sea una realidad depende de cada uno de nosotros, la aptitud fácil y cómoda es dejarse llevar, pero el auténtico Reino de Dios no se construye así. Los dones ofrecidos por los magos en Nazaret marcan los pasos de la construcción del Reino:
El oro nos recuerda que por el bautismo somos constituidos como sacerdotes, profetas y reyes al estilo de Cristo Jesús. Nuestro sacerdocio consiste en hacer presente a Dios en cada momento. Nuestro profetismo en no conformarnos y escuchar realmente la voz de Dios que clama en nuestras conciencias. Y nuestra realeza se manifiesta en el Trono de la Cruz Gloriosa, desde la cual el Reino de Dios no es una utopía, sino una realidad posible en el aquí y ahora de cada acontecimiento.
El incienso nos habla de la divinidad, de la necesidad de la oración y el encuentro personal con el único que es Santo entre los santos de verdad: Cristo. Nos recuerda que sin él no podemos construir el auténtico Reino. Sin su presencia y guía posiblemente construyamos nuestro propio reino, pero no el Reino de Dios. La presencia del incienso es el olor de lo divino, el buen perfume de Cristo que debe acompañar nuestro actuar. El incienso sube al cielo con nuestras oraciones a la vez que nos levanta la vista para poder caminar mirando al suelo y al cielo. Solos no podemos, con Él todo lo podemos.
Por último, la mirra nos recuerda el embalsamamiento. Era un elemento preciado en los ritos funerarios de la época y, posiblemente, con ella fue embalsamado el cuerpo de Cristo en el sepulcro. Así, la mirra no nos recuerda la muerte entendida desde lo corporal, sino la muerte entendida como posibilitadora de la Vida Eterna. Para hacer posible el Reino de Dios, primero es necesario morir a muchas cosas, al egoísmo, a la envidia, al desprecio hacia los demás; y un largo etcétera de cosas que no tienen cabida en la presencia del niño Dios.
La estrella que guía a los magos ante Cristo sigue estando presente cada instante en nuestra vida, sólo es necesario apartar las nubes de la desesperanza y el pecado para poder contemplarla y dejar que guíe nuestros pasos.
La Epifanía es el misterio de la manifestación y presencia real y concreta, aquí y ahora.
¿Es posible un mundo mejor? No. Son posibles personas mejores que hagan un mundo mejor, un mundo en el cual los pueblos caminemos a la luz de Dios hecho presencia viva en Cristo. Herodes teme que le arrebaten su trono de oscuridad y tiniebla. La pregunta es clara: ¿lo temo yo también? La respuesta es personal. Si es negativa, la tiniebla seguirá cubriendo y ocultando la estrella de Belén. Si es afirmativa, el camino está marcado: Oro, Incienso y Mirra.